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"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en Hipótesis el sábado 15 de Setiembre de 2018.
Hace meses que
la situación en la Argentina se ha constituido en un tema de política
internacional, es por ello que consideramos conveniente abordarlo en esta
columna.
Ya es un lugar
común hablar de la interminable crisis argentina. Crisis autoinducida por el
actual equipo gobernante.
Desde el
advenimiento de la democracia, el final de cada período de gobierno estuvo
signado por una crisis económica. La hiperinflación le impidió al presidente
Raúl Alfonsín culminar su mandato en la fecha establecida. El estallido de
diciembre de 2001, luego del blindaje y del megacanje, dio por tierra con la
hegemonía Cavallo que signó a los gobiernos de Carlos Menem y Fernando de la
Rúa.
Las crisis
profundas, como así también los desastres naturales, se constituyen —según la
escritora canadiense Naomí Klein— en verdaderas oportunidades para que las
clases dominantes, ante la desesperación de la mayoría de la población, aporten
presuntas “soluciones” que despojan a los trabajadores y a las clases medias de
muchos de los derechos adquiridos durante décadas o centurias de luchas. Klein
denomina a esta perversión como Doctrina del Shock, adoptada por el capitalismo del desastre, según sus
propias palabras.
El único
gobierno argentino post dictadura que no culminó sus mandatos en medio del caos
económico-social, a pesar de los esfuerzos de las patronales del campo y los
grupos concentrados del poder económico, fue el de Néstor Kirchner y de
Cristina Fernández.
Ante la
imposibilidad de crear el caos que pudiera revertir la tendencia a la redistribución
de las riquezas, las clases dominantes con la herramienta del poder mediático y
la contribución de un sector importante del Poder Judicial, atizaron el odio de
clase de un sector importante de la sociedad argentina y narcotizaron a
sectores medios y una porción de la clase trabajadora con ideas de cambio, que
muchos pensaban —erróneamente— que eran para bien.
Como la gestión kirchnerista
no huyó en medio de una crisis terminal, sino que entregó el gobierno en paz y
con una deuda externa más que moderada, para los neoliberales era necesario
crear la crisis que les posibilitara modificar las reglas del juego, en el
camino de una amplia desregulación, con las consecuencias por todos conocidas y
padecidas por los ciudadanos más vulnerables, que no son pocos.
Una de las
consecuencias más peligrosas, fue la de recurrir al Fondo Monetario
Internacional con el supuesto propósito de subsanar la irresponsable política
de endeudamiento. Los neoliberales en el gobierno, con esa ineptitud delictiva
que los caracteriza, echan leña al fuego, alimentando la crisis, aplicando la
Doctrina del Shock.
No solo
generaron el proverbial retroceso económico-social, sino que con el FMI
avanzaron en la cesión de soberanía tanto económica como política, convirtiendo
al Poder Ejecutivo y a la Corte Suprema de Justicia de la Nación en verdaderos
apéndices del Fondo Monetario Internacional y —por ende— del gobierno de los
Estados Unidos.
Esta pérdida de
soberanía se podría agravar de prosperar las posturas de dolarizar por completo
la economía, ya sea por una suerte de convertibilidad (con su nefasto resultado
en el pasado reciente) o la dolarización pura y simple, que dejaría al país sin
una herramienta fundamental: la moneda nacional de curso legal.
La Constitución Nacional, en su artículo 75, inciso 6º, le
otorga al Congreso de la Nación la facultad de “establecer y reglamentar un
banco federal con facultad de emitir moneda”; y más adelante –en el inciso 11º–
otorgarle la atribución de “hacer sellar moneda, fijar su valor y el de las
extranjeras”.
Queda algo más que la pérdida de soberanía económica y
política, se trata de la soberanía territorial. El desapego de este gobierno
por la reivindicación de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas es un
anticipo. La connivencia gubernamental con los grandes propietarios extranjeros
de enormes extensiones de tierras en la Patagonia, favorecidos por la reforma
por decreto de la Ley de Tierras Rurales, es otro síntoma. La admisión de bases
extranjeras —especialmente estadounidenses— es otro botón de muestra.
Recordemos que Grecia ha tenido que vender islas para pagar
intereses al Fondo Monetario Internacional y al Banco Central Europeo.
¿Cómo se llega a estas situaciones?
¿Por qué un sector levemente mayoritario de la ciudadanía
argentina no reparó en la posibilidad de este saqueo?
¿Por qué, a pesar de la profundidad de esta crisis, no se
perfilan todavía caminos nítidos —reconocidos por la ciudadanía— para encontrar
una salida soberana?
El sociólogo portugués
Boaventura de Sousa Santos, de relevante papel en las distintas ediciones del
Foro Social Mundial, nos ayuda a entenderlo… sus pensamientos cuadran
—pensamos— en el escenario que vivimos los argentinos…
Escuchemos atentamente…
«En verdad, ser dominado o
subalterno significa ante todo no poder definir la realidad en términos
propios, sobre la base de conceptos que reflejen sus verdaderos intereses y
aspiraciones.
«Los conceptos, al igual
que las reglas del juego, nunca son neutros y existen para consolidar los
sistemas de poder, sean estos viejos o nuevos. Hay, sin embargo, periodos en
los que los conceptos dominantes parecen particularmente insatisfactorios o
imprecisos.
«Se les atribuyen con igual
convicción o razonabilidad significados tan opuestos, que, de tan ricos de
contenido, más bien parecen conceptos vacíos. Este no sería un problema mayor
si las sociedades pudieran sustituir fácilmente estos conceptos por otros más
esclarecedores o acordes con las nuevas realidades.
«Lo cierto es que los
conceptos dominantes tienen plazos de validez insondables, ya sea porque los
grupos dominantes tienen interés en mantenerlos para disfrazar o legitimar
mejor su dominación, bien porque los grupos sociales dominados o subalternos no
pueden correr el riesgo de tirar al niño con el agua (luego) de bañarlo. Sobre
todo cuando están perdiendo, el miedo más paralizante es perderlo todo.
«Pienso —dice De Sousa
Santos— que vivimos un periodo de estas características. Se cierne sobre él una
contingencia que no es el resultado de ningún empate entre fuerzas antagónicas,
lejos de eso. Más bien parece una pausa al borde del abismo con una mirada
atrás.
«Los grupos dominantes
nunca sintieron tanto poder ni nunca tuvieron tan poco miedo de los grupos
dominados. Su arrogancia y ostentación no tienen límites. Sin embargo, tienen
un miedo abisal de lo que aún no controlan, una apetencia desmedida por lo que aún
no poseen, un deseo incontenido de prevenir todos los riesgos y de tener
pólizas de protección contra ellos.
«En el fondo, sospechan ser
menos definitivamente vencedores de la historia como pretenden, ser señores de
un mundo que se puede volver en su contra en cualquier momento y de forma
caótica.
«Esta fragilidad perversa,
que los corroe por dentro, los hace temer por su seguridad como nunca, imaginan
obsesivamente nuevos enemigos, y sienten terror al pensar que, después de tanto
enemigo vencido, son ellos, al final, el enemigo que falta vencer.
«Por su parte —amplía el
sociólogo portugués—, los grupos dominados nunca se sintieron tan derrotados
como hoy, las exclusiones abisales de las que son víctimas parecen más
permanentes que nunca, sus reivindicaciones y luchas más moderadas y defensivas
son silenciadas, trivializadas por la política del espectáculo y por el
espectáculo político, cuando no implican riesgos potencialmente fatales.
«Y, sin embargo, no pierden
el sentido profundo de la dignidad que les permite saber que están siendo
tratados indigna e inmerecidamente.
«Días mejores están por
llegar. No se resignan, porque desistir puede resultar fatal. Sienten que las
armas de lucha no están calibradas o no se renuevan hace mucho; se sienten
aislados, injustamente tratados, carentes de aliados competentes y de
solidaridad eficaz. Luchan con los conceptos y las armas que tienen pero, en el
fondo, no confían ni en unos ni en otras. Sospechan que mientras no tengan
confianza para crear otros conceptos e inventar otras luchas correrán siempre
el riesgo de ser enemigos de sí mismos», concluye su idea Boaventura de Sousa
Santos.
Ahora decimos nosotros:
Estos son días de lucha,
las calles de la Patria son surcadas —casi cotidianamente— por centenares de
miles de mujeres y hombres que no se resignan. En estos últimos tiempos es
difícil encontrar un país del planeta que congregue tantas y tan
multitudinarias movilizaciones.
Son masivas las
reivindicaciones económicas y en defensa de los derechos usurpados. Pero sigue
siendo una lucha “en defensa de”, todavía falta el objetivo de otro modelo.
El pensamiento neoliberal
ha calado hondo en la sociedad, los que luchan —que no son pocos— lo tienen
claro; pero la mayoría de la población todavía se rige por “el sentido común”
impuesto por esa doctrina individualista de “sálvese quien pueda”, acuñada por
Milton Friedman y Friedrich Von Hayek luego de la finalización de la Segunda
Guerra Mundial.
Ese pensamiento único nos recita:
“el que se está aplicando es el único modelo posible, no hay otro para el serio
funcionamiento de la economía”.
En contraposición con este
pensamiento, nos decía el poeta francés Paul Éluard en la primera mitad del
siglo pasado: “Hay otros mundos, pero están en éste”.