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Vientos de restauración neoliberal soplan sobre Nuestra América.
La derecha continental, luego de quince años de gobiernos
populares, ha comenzado a ocupar espacios políticos en los países donde los
gobiernos comenzaron a parecerse a sus pueblos.
“Con los Ojos
del Sur”, columna de opinión emitida el sábado 12 de marzo de 2016.
No se trata de algo espontáneo —aunque el contagio es muy común en
la política— sino de una lucha que la derecha y el imperio comenzaron desde el
primer día en que los ciudadanos de los más importantes países de la región
resolvieron respaldar estos proyectos emancipatorios.
El temprano golpe de Estado de 2002 en Venezuela, el golpe
policial contra el presidente Rafael Correa en Ecuador, los intentos de
secesión de la media luna boliviana, los golpes triunfantes en Honduras y
Paraguay, y los ataques que está sufriendo el gobierno brasileño, fueron —y
son— claramente demostrativos de una implacable decisión de volver a los viejos
tiempos de gobernantes dóciles a Washington.
El caso argentino es paradigmático: la derecha se instala en el
gobierno mediante el voto popular. Con un exiguo dos por ciento de diferencia,
pero suficiente para depositar en la Casa
Rosada a quienes —en tres meses— están demoliendo lo
alcanzado en años. Y que el próximo martes piensan coronar en el Congreso de la Nación con una de las
medidas más escandalosas, como lo es la derogación de las leyes “cerrojo” y de
Pago Soberano, exigidas por el juez Griesa para concretar el leonino “arreglo”
con los fondos buitre.
Por estos días, dos de los más lúcidos pensadores de la izquierda
latinoamericana han abordado este tema, poniendo el eje en la realidad de sus
países, pero con reflexiones válidas para todo el continente.
Uno de ellos es Emir Sader, político y académico brasileño que
publicó una nota periodística titulada “Lula y el futuro de Brasil”, el otro es
el vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Alvaro García Linera,
una de las cabezas más lúcidas de la izquierda latinoamericana y caribeña.
Empecemos por el brasileño Emir Sader…
“La derecha brasileña siempre creyó que en algún momento el
Partido de los Trabajadores (PT) iba a ganar, pero fracasaría y a partir de ese
momento podría dirigir el país con tranquilidad. Luiz Inácio Lula da Silva ganó
y resultó ser el mejor gobierno que jamás tuvo el país. Desde ese momento
empezó la caza de Lula.
“No pudieron impedir su reelección en 2006, ni que él eligiera y
reeligiera a su sucesora, en 2010 y 2014. Ahora Lula aparece como favorito para
ganar las elecciones de 2018 y volver a ser presidente de Brasil.
“En la desesperación, la derecha une todo lo que tiene: sectores
del Poder Judicial, de la
Policía Federal , los grandes medios privados, todos en
campaña total contra Lula. Una campaña que se intensificó a partir del discurso
de Lula en Río de Janeiro, en el cumpleaños del PT, el 27 de febrero, cuando
declaró públicamente que si fuera para garantizar la continuidad del proceso
iniciado en 2003, él seria candidato de nuevo.
“A partir de ese momento la derecha declaró una guerra abierta
contra Lula. Declaraciones falsas, desmentidas enseguida, pero mantenidas por
los medios como si fueran reales.
“La acción de la Policía Federal directamente contra el ex
mandatario –en su casa, en la casa de su hijo, en el Instituto Lula–,
llevándolo detenido, a pesar de que él ya había prestado anteriores
declaraciones, fue anunciada por un periodista de Red Globo varias horas antes por Internet. Fue
una operación mancomunada de sectores del Poder Judicial con los grandes medios
privados y sectores de la
Policía Federal.
“Es el intento más grave de buscar excluir a Lula de la vida
política brasileña —prosigue Emir Sader—. No hay ninguna prueba de las
acusaciones que le hacen, intentan que presos declaren contra él a cambio de la
disminución de sus condenas –las mal llamadas delaciones premiadas. No han
logrado nada. De ahí la acción mediática espectacular contra el ex mandatario,
para ver si logran con ello desgastar su imagen.
“Han actuado en el momento en que Lula se declara candidato, en
que el ministro de Justicia fue sustituido, pero todavía no ha cambiado los
mandos de la Policía
Federal , cuando el Supremo Tribunal Federal aún no ha juzgado
el pedido de Lula de que el juez más arbitrario de todos deje de estar al mando
de los casos en que se le acusa. Por todo ello, lo han hecho en este momento,
acelerando los enfrentamientos y poniendo en jaque, al mismo tiempo, al
gobierno de Rousseff.
“Pero ahora han creado un punto de no retorno. Lula salió de
rendir declaración, fue a la sede del PT y dio una conferencia de prensa
emocionante, donde dijo que su llama está más encendida que nunca, que a partir
del lunes retoma los viajes por todo el país para charlar, conversar, dejando
claro que la campaña electoral de 2018 ha comenzado ahora.
“El destino de Brasil se juega en este momento. O logran, por la
vía judicial y policial excluir a Lula de la vida política, y así harían lo que
les da la gana del país. O Lula logra superar también este momento y vuelve con
más fuerza como el candidato favorito para a ser presidente de Brasil en 2018” , finaliza Emir Sader.
Es ocioso decir que lo que suceda en este gigante latinoamericano
teñirá a toda la región.
Por otra parte, recordemos que el 21 de febrero pasado se realizó
un referendo en Bolivia, donde se consultó a la ciudadanía acerca de autorizar
o no una postulación para un tercer mandato del presidente Evo Morales.
El resultado —luego de una importante campaña de desprestigio del
primer magistrado— fue adverso por un moderado margen a la re-reelección.
El vicepresidente boliviano Alvaro García Linera publicó un
detallado análisis sobre esta consulta popular, al que tituló “Derrotas y
victorias”.
Estos son algunos fragmentos de dicho análisis…
“Cuando uno arroja una piedra a un vaso
de cristal y éste se quiebra, a veces surge la pregunta ¿por qué se rompe el
vaso? ¿Es por culpa de la piedra que lo impactó? ¿O porque el vaso es rompible
y luego entonces la piedra lo fragmenta? Es una pregunta que solía plantearla
el sociólogo Pierre Bourdieu para explicar que solo la segunda posibilidad era
la correcta, porque te permitía ver, en la configuración interna del objeto,
las condiciones de su devenir.
“En el caso del referéndum del 21 de
febrero, no cabe duda que hubo una campaña política orquestada por asesores
extranjeros. Las visitas clandestinas de ONGs dependientes del Departamento de
Estado, sus cursos de preparación de activistas cibernéticos, los continuos
viajes de los jefes de oposición a Nueva York —no precisamente a disfrutar del
invierno—, hablan de una planificación externa que tuvo su influencia.
“Pero así como la piedra arrojada hacia
el vaso, esta acción externa solo pudo tener efecto debido a las condiciones
internas del proceso político boliviano, que es preciso analizar.
“Que en 10 años el 20% de la población
boliviana haya pasado de la extrema pobreza a la clase media es un hecho de
justicia y un récord de ascenso social, pero también de desclasamiento y
reenclasamiento social, que modifica toda la arquitectura de las clases
sociales en Bolivia. Si a ello sumamos que en la misma década de oro la
diferencia entre los más ricos y los más pobres se redujo de 128 a 39 veces; que la
blanquitud social ha dejado de ser un “plus”, un capital de ascenso social y
que hoy más bien la indianitud se está consagrando como el nuevo capital étnico
que habilita el acceso a la administración pública y al reconocimiento, nos
referimos a que la composición boliviana de clases sociales se ha reconfigurado
y, con ello, las sensibilidades colectivas, o lo que Antonio Gramsci llama el
sentido común, el modo de organizar y recepcionar el mundo, es distinto al que
prevalecía a inicios del siglo XXI.
“Las clases sociales populares de hoy no son las mismas que
aquellas que llevaron adelante la insurrección de 2003. Los regantes controlan
sus sistemas de agua; los mineros y fabriles han multiplicado su salario por
cinco; los alteños, que pelearon por el gas, ahora tienen, en un 80%, gas a
domicilio; las comunidades campesinas e indígenas tienen seis veces más
cantidad de tierra que todo el sector empresarial; y los aymaras y quechuas,
marginados por su identidad indígena en el pasado, son los que ahora conducen
la indianización del Estado boliviano. Hay, por tanto, un poder económico y
político democratizado en la base popular, que modifica los métodos de lucha
sociales para ser atendido por el Estado.
“Como gobierno revolucionario habíamos
ayudado a cambiar al mundo; sin embargo, en la acción electoral, en una parte de
nuestras acciones, seguíamos aún actuando como si el mundo no hubiera cambiado.
Acudimos a medios de movilización y de información insuficientes para la nueva
estructura social de clases y, en algunas ocasiones, empleamos marcos
interpretativos del mundo que ya no correspondían al actual momento social.
“…las repetidas victorias de los últimos
diez años han generado una peligrosa confianza y pesadez para un escenario de
lucha de clases siempre cambiante, que requiere lo máximo de las fuerzas, lo
máximo de la inteligencia y lo máximo de la audacia del movimiento popular”.
Una valiente autocrítica del
vicepresidente boliviano Alvaro García Linera, muy necesaria —en estos tiempos
que corren— en cada uno de nuestros países de la Patria Grande.