DESIDEOLOGIZAR PARA QUE QUEDE UNA SOLA IDEOLOGIA

Friedrich August von Hayek
Por Miguel Angel Ferrari
miguelferrari@gmail.com

La virulencia derechista —no carente de significativas torpezas— de la gestión del presidente Mauricio Macri, han colocado a la Argentina en el escenario internacional como el modelo más depurado de retroceso económico, político y social de América latina, aunque también sus repercusiones llegan más allá de nuestra región.


“Con los Ojos del Sur”, columna de opinión emitida el domingo 21 de febrero de 2016.


Nuestro amigo y colaborador de Hipótesis, el profesor estadounidense James Petras, acaba de publicar un trabajo titulado
“Epílogo: la Argentina al final del post neoliberalismo y el ascenso de la extrema derecha”. En este análisis sobre el presente de nuestro país, se destaca el concepto de la brutal lucha de clases desatada por la derecha argentina contra los trabajadores y la inmensa mayoría del pueblo.

El viraje del gobierno macrista en política internacional, ha regresado a nuestro país —con relaciones carnales, maduras o seniles— a la habitación de servicio del imperio.

En su afán de mostrarse neutro en materia ideológica, como si ello fuera posible, el gobierno de Macri llama a “desideologizar” el accionar ciudadano, bajo una pretendida pátina de pragmatismo político.

En julio de 2004, opinábamos en esta columna bajo el título “La libertad, el mercado y el profesor Hayek”.

Hoy, a casi doce años de esa nota editorial, regresamos a sus tramos más significativos para entender que en el lenguaje neoliberal “desideologizar” significa —lisa y llanamente— imponer una sola ideología: el pensamiento único de las clases dominantes, el pensamiento hegemónico diría el político y filósofo italiano Antonio Gramsci.

Gran parte del andamiaje neoliberal se apoya en el pensamiento del economista austríaco Friedrich August von Hayek, a quien sus discípulos le atribuyen una intensa pasión por la libertad. La libertad, para Hayek, consiste en un “estado, en virtud del cual un hombre no se halla sujeto a coacción derivada de la voluntad arbitraria de otro u otros”. También describe a la libertad como “independencia frente a la voluntad arbitraria de un tercero”.

Hasta aquí podríamos convenir que su definición, no muy original, está encuadrada dentro de los valores alcanzados por el pensamiento universal. Pero, si avanzamos un poco más en el cuerpo de ideas que sustentan al modelo económico expresado en el Consenso de Washington, que ha sembrado penurias sobre centenares de millones de seres humanos, nos encontramos con una perla que nos permitirá comprender mejor el accionar de los discípulos de Hayek, especialmente de aquellos que se sientan en los mullidos sillones del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización Mundial de Comercio y ahora junto al perro Balcarce, en la Casa Rosada.

Profundizando en el tema de la libertad, Hayek considera que “el problema consiste en que numerosas libertades carecen de interés para los asalariados, resultando difícil frecuentemente hacerles comprender que el mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan adoptar decisiones sin relación aparente alguna con los primeros. Por cuanto los asalariados viven sin preocuparse de tales decisiones, no comprenden la necesidad de adoptarlas, despreciando actuaciones que ellos casi nunca necesitan practicar”.

Vayamos por partes, dice Hayek “el problema consiste en que numerosas libertades carecen de interés para los asalariados…”. En este punto —y sin generalizar— podríamos convenir con el economista austríaco que tiene razón. El centro de la cuestión consiste en interrogarnos sobre el por qué de esa carencia de interés.

En una oportunidad el sacerdote Edgardo Montaldo, que durante décadas atendió un comedor popular en el barrio Ludueña de Rosario, le contaba a Hipótesis que al salir a sacar los residuos del mencionado comedor se encontró con un cartonero, con quien mantuvo un diálogo sobre el papel de la Iglesia Católica en relación con el Estado. “Padre —le dijo el cartonero— los problemas comenzaron con el emperador Constantino”, aludiendo al gobernante romano que adoptó el cristianismo como credo oficial del imperio y con ello, suscitó las primeras contradicciones entre los más necesitados y la religión que —desde ese momento— se hallaba apegada al poder.

¿Cuántos cartoneros realizan estas reflexiones de manera cotidiana? ¿Cuántos cartoneros disponen de la tranquilidad suficiente, para discurrir en razonamientos que vayan más allá de la necesidad de obtener la subsistencia diaria para su familia?

¿A cuántos compatriotas reducidos a la miseria se les brindó la posibilidad de acceder a una formación mínima, como la que probablemente dispone el cartonero que dialoga con el padre Montaldo sobre el Imperio Romano?

Si bien el académico austríaco habla de asalariados y no de excluidos (uno de los resultados prácticos de su teoría), podemos perfectamente incorporar a los asalariados a esta situación de precariedad, máxime en estos momentos en que el ajuste macrista pone en peligro las fuentes de trabajo.

Muchas libertades, profesor Hayek, “carecen de interés —como usted dice— para los asalariados” simplemente porque no las conocen. Y, no las conocen porque el trabajo en este sistema social tiene un carácter embrutecedor, aunque se trate de una labor calificada. El asalariado no solo es explotado, es decir no retribuido materialmente por el total del trabajo realizado, sino que además se halla desposeído de lo que produce. Un trabajador de la carne —para dar un ejemplo— no lleva a su mesa los mejores productos que manufactura, un albañil no vive con el confort de las casas que construye.

Entonces, frente al concepto liberal de la libertad, resulta oportuno recordar otra definición. Para el marxismo la libertad es el conocimiento de la necesidad. Cuando los asalariados comienzan a conocer cuales son sus necesidades; esto es, cuando descubren que tienen los mismos derechos para satisfacer sus necesidades que sus empleadores, en ese preciso momento están ampliando el círculo de su libertad. Aunque no puedan disfrutarla plenamente, saben que les pertenece y dispondrán en consecuencia de mayor voluntad para luchar para alcanzarla plenamente.

Cuando Hayek dice que resulta “difícil frecuentemente hacerles comprender que el mantenimiento de su nivel de vida depende de que otros puedan adoptar decisiones sin relación aparente alguna con los primeros”; lo que está pretendiendo, en rigor, es que la mayoría de la población acepte alegremente las políticas que les acarrearán sus penurias.

“¡El empobrecimiento del individuo, ‘libremente consentido’, se hace pasar por libertad suprema!”, señala el sociólogo francés Henri Lefebvre, cargando las tintas contra las mentiras del capital.

La libertad suprema, en el pensamiento real de Hayek, se halla en manos del mercado. Para ser más precisos: se halla en manos de la ínfima minoría que dispone de los inmensos recursos económicos expropiados durante décadas y siglos a la sociedad. Es por ello que, cuando Hayek manifiesta que no existe ningún método conocido, fuera del mercado competitivo, que permita obtener a los actores el mayor producto posible para la comunidad; en realidad lo que quiere decir es que es el capital —y no los trabajadores— el que produce la riqueza y que los encargados de distribuirla deben ser los poseedores de esas riquezas. Esta fórmula ya logró el “éxito” de excluir a seis mil millones de pobres e indigentes del planeta Tierra.

Algunas veces ciertos dirigentes del establishment internacional se permiten decir con cinismo lo que en realidad piensan. Estas actitudes nos permiten conocer el verdadero sentido de las cosas. Una contribución en tal sentido la proporcionó el ex secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, cuando afirmó: “Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar a las empresas norteamericanas, el control de un territorio que va del polo Artico hasta la Antártida, libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, para nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio”. Esta es la mejor traducción respecto de la actitud distributiva de los mercados, expresada por el teórico Hayek.

“Durante siglos —señaló el General Ulysses Grant, jefe de los ejércitos nordistas durante la Guerra de Secesión y luego presidente de los Estados Unidos entre los años 1869 y 1877—… durante siglos Inglaterra se apoyó en el proteccionismo, lo apoyó hasta límites extremos y logró resultados satisfactorios. Luego de dos siglos, consideró mejor adoptar el libre cambio, pues pensó que el proteccionismo ya no tenía futuro. Muy bien, señores, el conocimiento que yo tengo de nuestro país me lleva a pensar que, en doscientos años, cuando los Estados Unidos hayan sacado del proteccionismo todo lo que él puede darles, también adoptará el libre cambio”.

El macrismo pretende desideologizar, para encubrir su propia ideología.