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El próximo jueves, 30 de abril, se
cumplirán 40 años de la humillante derrota de los Estados Unidos a manos de los
patriotas vietnamitas, liderados por los guerrilleros del Vietcong y las
fuerzas armadas de la República Democrática
de Vietnam.
“Con los Ojos
del Sur”, columna de opinión emitida el sábado 25 de abril de 2015.
Si bien muchas acciones estadounidenses
sufrieron contrastes, es precisamente en
la criminal agresión a Vietnam, donde las fuerzas regulares del imperio, actuando
abiertamente como tales, son absolutamente derrotadas por primera vez en la
historia.
Frente
a este hecho ejemplar en la historia contemporánea, trascendental para los
pueblos que luchan por su liberación en cualquier latitud del planeta, los
Estados Unidos trataron por todos los medios de borrarlo de la memoria
histórica.
Las
películas estilo Rambo hicieron lo suyo y toda la batalla ideológica librada
con éxito por el neoliberalismo —naciente por esos años de la derrota en
Indochina— trató de imponer, mediante el pensamiento único, un manto de olvido
para mostrar a Washington como potencia invencible.
La
derrota estadounidense en Vietnam, desde el punto de vista de Washington,
resulta ser un “muy mal ejemplo” para los pueblos que bregan por su soberanía
territorial y por su independencia económica.
En
Vietnam se desplegaron todos los caminos posibles para llevar adelante una lucha
basada en una profunda motivación moral de los patriotas y en la íntima
relación del ejército revolucionario y su partido dirigente, con los más
amplios sectores de la sociedad vietnamita.
De un puñado mal armado de integrantes,
que constituía en 1944 el embrión de lo que después sería el Ejército Popular
de Vietnam, nació —bajo la conducción de Vo Nguyen Giap— la aguerrida fuerza
que diez años más tarde derrotaría en la batalla de Dien Bien Phu a los
colonialistas franceses y veintiún años después al régimen títere de Saigón y a
más de medio millón de efectivos estadounidenses pertrechados con la más
avanzada tecnología de la época.
Con posterioridad al Acuerdo de Ginebra
de 1954, se dividió el país en dos. En el sur se estableció un régimen fantoche
prohijado por Washington y en el norte, la República Democrática
de Vietnam, con Ho Chi Minh como su presidente.
Esta división fue el resultado de la
violación, por parte de los Estados Unidos y sus socios vietnamitas del sur,
del convenio ginebrino que reconocía el fin del dominio francés, consagraba la
unidad e integridad territorial del país y estipulaba la convocatoria a unas
elecciones, nunca celebradas como consecuencia de la oposición de Washington y
sus títeres.
El imperio aprovechó el
vacío dejado por el colonialismo francés, para implantar una política
neocolonial en Vietnam tan pronto se firmó el acuerdo de Ginebra. Esta política
neocolonial fue escalando militarmente en la medida en que crecía la
resistencia del pueblo vietnamita a la división del país y a la existencia de
un gobierno ilegítimo en el sur.
De los “asesores”
militares, se pasó a la presencia masiva de las fuerzas armadas
norteamericanas, que llegaron a tener en suelo survietnamita 550 mil efectivos,
incluyendo una parte importante de su fuerza aérea y sus bombarderos
estratégicos B-52.
Pero nada de esto pudo
doblegar al pueblo de Vietnam ni a sus hermanos de Laos y Camboya. Por el
contrario, en el sur de Vietnam fue consolidándose un ejército guerrillero —el
Vietcong—, que en unión con las tropas de la República Democrática
de Vietnam fue capaz de llevar a cabo grandes operaciones como la ofensiva del
Tet (el año nuevo lunar de 1968), catalogada como una de las grandes proezas de
la historia militar de la humanidad. La ofensiva echó por tierra la arrogancia
de los generales estadounidenses. Los mandos de Estados Unidos no se percataron
del formidable movimiento de tropas y material que hizo posible atacar 140
aldeas y ciudades y hasta introducir un comando en la embajada del país del
norte en Saigón.
Pero aún debían
transcurrir unos años hasta que Estados Unidos, forzado por su bancarrota
militar y por la presión de la opinión pública doméstica e internacional, se
viera obligado a aceptar el 27 de enero de 1973 el “Acuerdo sobre el fin de la
guerra y la restauración de la paz en Vietnam” en las negociaciones de paz de
París con la
República Democrática de Vietnam y el Gobierno Revolucionario
Provisional de Vietnam del Sur.
Gran parte de la
infraestructura de la
República Democrática de Vietnam había sido destruida por las
bombas. Los seres humanos quemados vivos con las bombas napalm. Mientras las
armas químicas —como el Agente Naranja producido por Monsanto—arrasaban vastas
extensiones de selva y cultivos. Millones de vietnamitas habían muerto, sobre
todo niños, mujeres y ancianos. El acuerdo de París consiguió poner fin a los
inclementes bombardeos sobre el norte, la retirada de las tropas
norteamericanas y el reconocimiento de los derechos fundamentales del pueblo
vietnamita. Sin embargo, este acuerdo fue burlado sistemáticamente por
Washington y el régimen títere de Saigón en todo lo concerniente al sur.
Este incumplimiento,
creó condiciones muy favorables para el desencadenamiento de la ofensiva final
contra las tropas estadounidenses y de sus socios de Saigón, llevada a cabo por
parte de las fuerzas militares del Gobierno Revolucionario Provisional de
Vietnam del Sur y de la República Democrática de Vietnam.
La ofensiva fue
fulminante y desalojó a las unidades saigonesas de todas las provincias hasta
encerrarlas en un anillo en torno a la capital de Vietnam del Sur.
Mientras tanto, levantamientos
populares acompañaron y dieron ánimo a la ofensiva de los revolucionarios, que
culminaría con la captura de Saigón y la huída en masa de los asesores yanquis
y de los esbirros y personeros del
régimen proestadounidense.
La victoria de Vietnam
dio en aquel momento un gran impulso a los movimientos de liberación y a las
fuerzas progresistas en el mundo. Se había cumplido el vaticinio de Ho Chi
Minh: “Hoy, son los saltamontes los que se enfrentan a los elefantes. Mañana,
será el elefante el que pierda su piel”.
(Texto adaptado en base a la nota de Angel
Guerra publicada el 28 de abril de 2005 en La Jornada de México).