Por Eduardo Aliverti
eduardoaliverti@fibertel.com.ar
Pasó otra semana en que las mejores explicaciones de la política argentina volvieron a darse mediante los contrastes.
Hace siete días, esta columna trataba de los escalofríos provocados en
el arco opositor por la versión de Cristina candidata, en las boletas de
todo el país, a través de los cargos electivos para el Parlamento del
Mercosur. El único dato certero era que una comisión de Diputados había
despachado dictamen favorable para que el proyecto, integrador del
Parlasur a las elecciones generales del año que viene, fuese votado en
el recinto.
"Política Nacional", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 13 de diciembre de 2014.
Lo demás era pura especulación. Debido a eso, también se señaló –no
en exclusividad ni mucho menos– que sólo Cristina sabe de su decisión
final. ¿Actuará de gran electora, gran descartadora o gran postulante?
Misterio. En su discurso de hace pocas horas en Casa Rosada, la
Presidenta tomó nota de aquellas versiones y pidió que no la candidateen
a nada. Se paró como estadista para sobrevolar los rumores y como
política para dejar que sigan corriendo. Repasemos el curso de lo
acontecido. Los trascendidos habían alcanzado para que otra grande, pero
humorista, anunciara que estaba dispuesta a competir contra Cristina en
la elección regional. A comienzos de semana, la prensa antikirchnerista
ya titulaba en portada sobre el avance de una lista opositora para
frenar la jugada K. Más aún, se indicó que Massa, el PRO y Fauna ya
barajan nombres para unificar la lista de diputados y enfrentar a
Cristina. Marcaron como eventuales atractivos a Roberto Lavagna,
Federico Pinedo, Margarita Stolbizer y Manuel Garrido (fiscal de
Investigaciones Administrativas en la primera parte del kirchnerismo,
quien habría sido el único referente que pudieron rescatar los radicales
para sumar a esa nómina, como insospechable de corruptelas, en medio de
la implosión que sufre la UCR). Alguna crónica también dio cuenta de
que los negociadores no descartaron la autopostulación de Carrió a pesar
de su pleito con Massa, a quien calificó de narcotraficante munida de
la misma liviandad con que reparte esa acusación a todo dirigente,
sector o hijo de vecino que no estén dispuestos a seguir su santoral
republicano a pie juntillas. El pequeño detalle es que nadie tendría
claro a qué fuerza personificaría Carrió en esa posible o fabricada
lista de unidad contra Cristina, porque todos tendrían claro que la
chaqueña se representa solamente a sí misma (y al PRO, según le dictan
hoy las circunstancias). La guinda del helado consistió en afirmar que
los propios K resolvieron demorar la ley del Parlasur, porque estarían
alarmados frente al avance de ese acuerdo en la oposición. Esto último,
en apreciaciones periodísticas de anteayer, mudó a que los K estarían
urgidos por apurar la ley. No se sabe qué dirán ahora, tras la apelación
de Cristina a que no la nominen a nada de nada.
Es una parábola sensacional. Invita a volver sobre los pasos de
aquel texto tan ingenioso que circuló en mayo del año pasado, y que el
cronista se permite recordar una vez más. Un editorialista dominical de
la oposición advierte que el Gobierno tendría listo un plan para acabar
con los ornitorrincos. Por la noche, en su monólogo, disfrazado de
ornitorrinco, un colega ideológico de aquél reclama, por la tevé, que
debe hacerse algo para parar el exterminio de esos mamíferos
subacuáticos. Al día siguiente, los medios opositores hablan sobre la
feroz embestida gubernamental y se preguntan cómo afecta la extinción
ornitorrinca al bolsillo de los argentinos. Se responden entre sí que la
gente se refugia en el dólar blue. El alcalde porteño saca un decreto
de necesidad y urgencia, que prohíbe la cacería de ornitorrincos en todo
el territorio de la ciudad. El ministro nacional del área comprometida
reacciona diciendo que en Argentina no hay ornitorrincos. Las cadenas de
las redes contestan que hoy somos todos ornitorrincos. Y que si tocan a
un ornitorrinco nos tocan a todos. Sólo habría como diferencia,
respecto de lo ocurrido en estos días, que el hecho objetivo realmente
nació en una movida de un sector del oficialismo –votación para el
Parlasur– y no en la invención de periodistas opositores. Pero de ahí en
más, efectivamente son todos ornitorrincos. La fábula responde con
exactitud semántica a los rulos que se hacen enfrente con cada cosa que
hace, deja de hacer o se supone que hará la Presidenta. La única
conclusión posible es esa: Cristina, o lo que imaginan que de ella
pudiera surgir, determina todo paso que dan. Sigue habiendo unas
preguntas de difícil o desafiante respuesta. ¿Cristina o lo de que ella
se deduce marcan el paso de la oposición porque ésta quiere gobernar,
pero no tiene con quién ser creíble? ¿O la oposición no quiere gobernar
porque le resulta imposible definir un proyecto, o modelo, superador del
vigente desde 2003?
Apenas como hipótesis, el firmante apuesta por lo segundo. Un
analista de pensamiento crítico, bien que adherente al kirchnerismo,
sostiene que, socialmente expresado, hay espacio para que pudiera
retornar un populismo de derecha. A lo Menem pero, en principio y
digamos, algo mejor disimulado para quien quiera engañarse o sincerarse
(Scioli, Massa, Macri). El kirchnerismo dejará un país gobernable, con
alta inflación pero estabilizado en sus indicadores de reparación
social. Un gobierno liberalote conseguiría dólares para endeudarse,
asomarían algunas inversiones externas, se acabaría el cepo,
retornaríamos a la ficción de los noventa y los que terminarán pagando
la fiesta renovada serían un aspecto menor. Las clases baja y media
están mucho mejor que en el infierno de comienzos de siglo, de manera
que, paradójicamente, están o estarían prestas a comerse otra vez la
misma galletita. Si la oposición contara con dirigentes políticos
inteligentes, dice otro analista de simpatías K que tampoco come vidrio,
negociaría con el poder económico mantener las conquistas básicas del
kirchnerismo, a cambio de entregarle un campo orégano para sus negocios.
¿Tiene la oposición un dirigente de esas características? ¿O sólo
cuenta con figuritas que se regalarían a cuanta exigencia les imponga
una burguesía extranjerizada e históricamente egoísta, depredadora, que
después –o antes– verá qué hace si las sagradas instituciones terminan
en helicóptero?
Lo K, que aguanta ser definido como un intento de desarrollismo
capitalista atento a mirar y satisfacer el abajo, objetivamente tiene un
cuadro: Cristina. La derecha, no. Ni Scioli, ni Massa ni Macri. Son
dirigentes mediáticos, no constructores de una identidad contradictoria
pero respetable, firme, emotiva. Scioli, a su favor, parece haber tomado
nota de que sin Cristina no puede y de que será la Presidenta quien le
imponga las condiciones. Se verá. De los otros dos, uno es un escolar de
frases hechas. Un tránsfuga, un oportunista, un langa por lo menos
sospechoso. El otro es un beneficiado de la ciudad gorila más rica del
país, aunque cabe reconocerle el mérito de haber sabido venderse como
hacedor de obra pública (cuando el progresismo tuvo la misma oportunidad
no supo aprovecharla, convengamos). Ninguno de esos dos tiene figura ni
candidato en la provincia de Buenos Aires, y sin eso no es posible
imaginar gobernabilidad alguna. La conclusión sería que les conviene
mucho más apretar por discurso de moralina que jugar a gobernar por
derecha bruta. Les convendría transar extorsionando al ejecutor ajeno
antes que cargarse cómo asistencializar a los que dejarán afuera. Con
todos sus defectos, el kirchnerismo tiene base social y administración
demostrada de la tensión de clases. Hablando en política, ellos sólo
tienen algún monologuista televisado; las tapas de dos diarios de
alcance nacional, más sus portales; ciertos reproductores radiofónicos
de agenda matutina, en el área metropolitana CABA; y algunas señales de
aire y cable que, casi, ya agotan a su propia hinchada, al vivir
reproduciendo el denuncismo de la corrupción oficial y el discurso
barato de la antipolítica. No son mucho más que el Hasta Cuándo de
Saborido y Capusotto. Esto no los minimiza cuantitativamente, porque son
porción representativa de una parte estimable de la sociedad argentina.
Sólo se dice que significativamente no representan entre poco y nada,
porque no tienen político que los simbolice.
Como botón de la misma muestra, hay un festín mediático con el
juicio oral que sufrirá Amado Boudou por los papeles truchos de un
automóvil modelo ‘92. Es la causa más suave que afronta el
vicepresidente de la Nación, ya procesado en el caso Ciccone. Boudou es
un caballito de batalla opositor porque, en primer lugar, fue elegido
personalmente por Cristina, en lo revelado como un serio error de
cálculo político si es que ella lo pensaba como su sucesor. Al momento
de designarlo no le importó a nadie. Con el diario del lunes, todos
sabían cómo terminaba el partido. De lo que se conoce hasta ahora,
Boudou no sería más ni menos chantún o corrompido que cualquiera de sus
denunciantes. O de los intereses que éstos encarnan. Pasa por ahí,
quizás, el análisis estructural del episodio. ¿Es Boudou lo prioritario
que encarna al proceso iniciado en 2003, como sugieren o dicen
directamente los obsesionados con sus andanzas? Si la respuesta fuese
afirmativa, debería juzgarse con el mismo criterio que todo el lugar
mediático destinado a Boudou ocupa el ningún lugar mediático asignado a
las revelaciones sobre las cuentas no declaradas en Suiza. Por ejemplo.
El sábado, en la Plaza a pesar del diluvio y en las líneas-madre del
discurso presidencial, se reprodujo otro contraste entre la presunción
de fin de ciclo y las reservas activas de la única fuerza con capacidad
de movilización y liderazgo de espacio. Queda por delante saber si el
kirchnerismo sabrá acertarle a la táctica de lo que le conviene para
sostenerse.