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(Foto Thomas Sankara con Fidel Castro)
El pueblo en las calles derribó a
comienzos de este mes al presidente de Burkina Faso.
Dicho esto así, parece que estuviéramos
hablando de otra galaxia.
Empecemos por decir que Burkina Faso es un
país de Africa occidental, ex colonia de Francia, que logró su independencia
formal en 1960.
“Con los Ojos del Sur”,
columna de opinión emitida en “Hipótesis” el sábado 15 de noviembre de 2014.
Este país, antes denominado por los
colonialistas como Alto Volta, se encuentra —a pesar de sus riquezas minerales
y auríferas en particular— entre los más pobres del mundo.
Burkina Faso, como casi todo el continente
africano, es prácticamente ignorado por los medios masivos de comunicación.
Este ninguneo (como diría Eduardo Galeano), debemos decirlo autocríticamente,
también nos comprende involuntariamente a muchos periodistas que tratamos de
visibilizar las luchas de los pueblos contra toda forma de opresión.
Hacia fines de octubre —tras 27 años en el
poder— el presidente Blaise Compaoré comenzó a maniobrar para lograr una nueva
reelección. Esta pretendida modificación constitucional despertó en la
ciudadanía un fuerte rechazo y centenares de miles de personas se lanzaron a
las calles. Compaoré terminó renunciando y días más tarde marchó al exilio.
Hasta aquí, un típico caso de mandatarios
africanos o latinoamericanos derrocados, sin que nada cambie en profundidad.
Pero el caso de Compaoré es muy
particular.
Este militar llega al poder —en 1987—
luego de un golpe de Estado propiciado por los neocolonialistas franceses y el
gobierno de los Estados Unidos.
Washington, utilizando la misma técnica
aplicada en 1983 en Grenada, se vale de la traición de Compaoré —un estrecho
colaborador del entonces presidente Thomas Sankara— para su derrocamiento y
posterior asesinato.
¿Quién era Thomas Sankara?
Sankara era también un militar. Un militar
muy particular. Un militar con una formación anticolonialista y
antiimperialista. Un militar que adoptó los ejemplos de los mártires Patrice
Lumumba y Amílcar Cabral, padres de la independencia del Congo (el ex Congo
belga) y de Guinea-Bisáu – Cabo Verde, respectivamente.
Nacido en 1949, Thomas Sankara fue el artífice de la revolución del
4 de agosto de 1983. El suyo fue un movimiento claramente a contracorriente de
la época: cuando el bloque del Este comenzaba su definitiva quiebra y mientras
en el mundo occidental se afirmaba la involución neoliberal de Ronald Reagan y Margaret
Thatcher, adoptada poco tiempo después en Francia por el socialdemócrata
François Mitterrand.
Sankara cambió el nombre colonial de su país por el de Burkina
Faso, que significa el país de los hombres íntegros, en una fórmula que mezcla
palabras de dos de las lenguas autóctonas. Sankara renunció al estilo
tradicional del gobernante africano en sintonía con el neocolonialismo.
Potenció la producción local y la autosuficiencia, combatió la corrupción y
animó la emancipación femenina y el trabajo de los agricultores.
“Sankara era un idealista apasionado, con un sentido de la vida
muy profundo, que cantaba y bailaba en los bailes populares a los que acudía
con su mujer Mariam…”, dice Pedro Canales, un español que colaboró con la
revolución.
Su política —ahora decimos nosotros— era de ruptura con el control
que ejercían las potencias extranjeras. Planteó
no pagar la deuda odiosa del país, advirtiendo sobre la influencia del Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial y alertando sobre la responsabilidad
de estos organismos en la situación de todos los países del sur.
Con
una poderosa combinación de carisma personal y una organización social con
participación democrática, su gobierno trabajó en iniciativas contra la
corrupción y para mejorar la agricultura, la educación, la salud pública y el status de las mujeres.
En
1987, durante una Cumbre de Jefes de Estado Africanos, Thomas Sankara abogó por
un llamado a la unidad de los países africanos y la creación de un club de
países contra el pago de la deuda.
“Oímos
hablar de muchos clubes —señaló Sankara—, Club de Roma, Club de París… Es
nuestro deber crear un frente unido contra la deuda. Sólo de este modo podremos
decir hoy que negándonos a pagar no venimos con intenciones belicistas sino,
por el contrario, con actitud fraternal para decir la verdad […] Así, nuestro
Club tendrá que explicar por qué esa deuda no debe ser pagada.
“Si
Burkina Faso, solo, se negara a pagar la deuda, ¡yo no estaría presente en la
próxima conferencia! En cambio, con el apoyo de todos podríamos evitar pagar. Y
evitando el pago podríamos dedicar nuestros magros recursos a nuestro propio
desarrollo”, concluyó Sankara.
Tres
meses y medio después, el 15 de octubre de 1987, Thomas Sankara fue asesinado tras
un golpe de Estado organizado —como decíamos— por el dirigente Blaise Compaoré con
apoyo del gobierno francés y el guiño de los Estados Unidos.
El
traidor Blaise Compaoré era un antiguo amigo de infancia de Thomas y su
compañero durante la revolución de 1983. Lo primero que hizo en su nuevo
mandato fue “rectificar” todas las políticas introducidas por Thomas Sankara,
abriendo las fronteras a un supuesto libre comercio, reinstalando la corrupción
en el gobierno y aceptando préstamos usurarios internacionales que nuevamente endeudaron
a su país.
La
muerte de Thomas Sankara se suma a la de otros muchos activistas y luchadores
por un movimiento panafricano. Las fuerzas coloniales han buscado con ello
siempre el mismo objetivo: mantener al pueblo de África prisionero y en la
miseria.
Hoy,
cuando recibimos escuetas informaciones sobre la situación en Burkina Faso, los
grandes medios de manipulación también nos ningunean la figura de Thomas
Sankara, a quien los pueblos de la región lo consideran como “el Che africano”.
Regresando
al presente, digamos que luego de la renuncia de Compaoré se ha establecido un
gobierno de transición, por ahora bajo la tutela del teniente
coronel Isaac Zida, hasta que se consensúe entre las fuerzas armadas, los
partidos de oposición, organizaciones civiles y religiosas, la designación de
un civil al frente de este gobierno que deberá convocar a elecciones dentro de
un año.
Al comienzo de nuestro comentario, decíamos que hablar de Africa
en general o de Burkina Faso en particular, era algo así como hablar de otra
galaxia.
Uno de los líderes latinoamericanos que —con inteligencia y
valentía— tuvo el mérito de valorar el papel de los pueblos africanos y su
íntima relación con Nuestra América, fue el comandante Hugo Chávez.
En una memorable carta (escrita poco antes de su muerte) se dirige
a la Tercera Cumbre
de Jefes de Estado y de Gobierno de América del Sur y de África, reunida en
Guinea Ecuatorial en febrero de 2013, con estas palabras:
“Lo digo desde lo más hondo de mi conciencia: América del Sur y
África son un mismo pueblo. Solo se logra entender la profundidad de la
realidad social y política de nuestro continente, en las entrañas del inmenso
territorio africano, en donde, estoy seguro, se dio origen a la humanidad. De
él provienen los códigos y elementos que componen el sincretismo cultural,
musical y religioso nuestroamericano, creando una unidad ya no tan solo
meramente racial entre nuestros pueblos, sino más aún espiritual.
“De igual manera, los imperios del pasado, culpables del secuestro
y asesinato de millones de hijas e hijos de la África madre, con el fin de
alimentar un sistema de explotación esclavista en sus colonias, sembraron en
Nuestra América sangre africana guerrera y combativa, que ardía por el fuego
que produce el deseo de libertad. Esa siembra germinó, y nuestra tierra parió
hombres de la altura de Toussaint Louverture, Alexandre Pétion, José Leonardo
Chirino, Pedro Camejo, entre muchos otros, dando como resultado, hace más de
200 años, el inicio de un proceso independentista, unionista, antiimperialista
y restaurador en la América
latina y caribeña”.
Es —precisamente— con el espíritu de esta carta del comandante
Chávez, que hemos tratado de abordar la reciente historia y el presente de
Burkina Faso, “la tierra de los hombres íntegros” como deseaba que fuera, el
mártir Thomas Sankara… el Che africano.