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Ayer,
luego de 34 años, conversaron los presidentes de los Estados Unidos y de la
República Islámica de Irán. El intercambio fue telefónico y se constituyó en un
hecho de suma relevancia en el escenario internacional.
"Con los Ojos del Sur", columna de opinión emitida en "Hipótesis" el sábado 28 de setiembre de 2013.
La
última conversación entre un presidente norteamericano y un líder iraní fue en
1979, entre Jimmy Carter y el sha Mohammed Reza Pahlevi. El sanguinario monarca
respaldado por la CIA que —en 1953— pergeñó el golpe de Estado que dio por
tierra con el primer Ministro Mohammad Mosaddegh,
cuyo “delito” fue nacionalizar el crudo iraní que se hallaba en manos de la
British Petroleum.
En 1979 la Revolución Islámica iraní —encabezada por el ayatolá Jomeini— derroca al dictador Reza Pahlevi y
se enfrenta con el gobierno de Washington tradicional protector de tirano.
El resto es historia conocida: los Estados Unidos acusan al gobierno de
Teherán de trabajar en la obtención de armas nucleares; en tanto que los
iraníes manifiestan que están ejerciendo su derecho a la utilización de la
energía atómica para fines pacíficos. Este entredicho ha llevado a las
potencias occidentales a promover sanciones económicas contra el país persa,
particularmente en todo lo relacionado con la comercialización del petróleo.
Sectores belicistas estadounidenses y sus pares sionistas han propiciado
—en los últimos tiempos— una política agresiva contra la República Islámica que
ha puesto en vilo más de una vez la de por sí peligrosa situación en el oriente
medio.
Esta actitud del presidente Barack Obama de dar el primer paso en este
acercamiento, aprovechando el cambio de gobierno en Irán, pudo haber
sorprendido a más de un analista de la política internacional. Pero resultó
coherente para quienes conocen la influencia de Zbigniew Brzezinski sobre el
pensamiento estratégico del jefe de la Casa Blanca.
Decíamos en
esta columna hace doce días, que una arista poco difundida sobre el conflicto de
Siria tiene que ver con las posiciones de Brzezinski, quien fue consejero del
presidente James Carter y primer director de la Trilateral Comission (la
Comisión Trilateral —Estados Unidos, Europa y Japón— lanzada por el banquero
David Rockefeller en los años setenta). Brzezinski está considerado como uno de los más prestigiosos
analistas de política exterior de los Estados Unidos.
Brzezinski —que no es ningún izquierdista, obviamente—
confronta políticamente con los lobbies neoconservadores republicanos y sionistas,
y advierte sobre la miopía geoestratégica de ambos grupos de presión, al
afirmar que “están tan obsesionados con Israel, el Golfo Pérsico, Irak e Irán
que han perdido de vista el cuadro global: las verdaderas potencias en el mundo
son Rusia y China, los únicos países con una verdadera capacidad de resistir a los
Estados Unidos e Inglaterra y sobre los cuales tendrían que fijar su atención”.
Esta primera conversación telefónica entre Barack Obama y el
presidente iraní Hassan Ruhani,
obviamente no removerá los escollos que datan de 34 años atrás. O, por mejor
decir, desde que el Sha de Persia gobernó —a partir de 1941— con sus crímenes y
torturas con el apoyo irrestricto de los Estados Unidos. Pero que Washington
haya roto el hielo con uno de los principales aliados de Siria, justo en estos
momentos, no es un dato menor.
Es cierto que a Ruhani se lo
considera “un moderado” en relación a Mahmud Ajmadineyad, el presidente
saliente. Pero es más cierto aún que la última palabra —en el seno del poder
iraní— la tiene el ayatolá Alí Jamenei.
Un giro cuyas consecuencias
todavía no se pueden pronosticar, pero que —no cabe la menor duda— cayó muy mal
en el derechista gobierno de Tel Aviv.
Por otra parte, ayer hubo otra
noticia que junto a la que acabamos de comentar acaparó la atención mundial. Se
trata de la resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de las
Naciones Unidas sobre la eliminación de las armas químicas de la República
Arabe Siria.
Esta resolución que fue aprobada
por unanimidad y que establece que las mencionadas armas sean colocadas en un
lugar seguro para luego proceder a su destrucción, es el resultado directo del
éxito de la diplomacia rusa que logró desactivar las criminales amenazas
militares por parte de Washington contra Damasco.
Que un país acceda a
sumarse a la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, Producción,
Almacenaje y Uso de Armas Químicas y sobre su Destrucción (tal el nombre
completo de esta convención), es siempre una muy buena noticia.
Razón por la cual, la
comunidad internacional deberá congratularse de esta buena nueva sin caer en la
ingenuidad de pensar que —con este paso— se ha avanzado de manera considerable
en la resolución de la crisis de esta región del planeta.
En el plano de la
guerra desatada al interior de Siria, donde un caleidoscopio de sectores puja
por el control de este país árabe, lamentablemente deberemos decir que la paz
dista mucho de estar cercana.
A la confrontación
principal: gobierno de Bashar al-Assad versus la oposición, con su correlato
internacional donde las distintas potencias juegan sus piezas de ajedrez, habrá
que sumarle las luchas intestinas en el campo de la mencionado oposición.
En
estos momentos se asiste a un fuerte enfrentamiento entre el llamado Ejército
Libre de Siria (el E.L.S.) —cuyo brazo político es la opositora Coalición
Nacional, ampliamente apoyada con dinero y armas por los Estados Unidos y la
Unión Europea— por un lado, y por el otro, una gama de grupos yihadistas
también opositores al gobierno sirio.
En consecuencia, no se puede hablar de un comando
unificado que esté enfrentando al gobierno de Damasco, ni mucho menos. Se trata
de distintas brigadas, algunas con fuerte presencia barrial o de comarca y
otras con cierta coordinación nacional o regional.
Entre los grupos yihadistas —apoyados materialmente
por Arabia Saudita y Qatar— también hay que establecer las diferencias e
incluso las contradicciones.
Por un lado nos encontramos con el Frente Islámico
Sirio, de fuerte inspiración salafista suní, que se propone no solo derrocar al
presidente Assad sino instaurar un Estado islámico suní, con la Sharia como
única ley, aunque con cierta tolerancia con el Ejército Libre de Siria (la
formación más afín a Occidente).
Por su parte el Frente Al-Nusra (con fuerte presencia de extranjeros), también
integrista suní, aboga por un califato panislámico más
allá de las fronteras sirias, también con la Sharia como única ley. Al-Nusra
surgió en 2012, nueve meses después del comienzo de la mal llamada “primavera
siria” y se caracteriza por su gran eficacia militar, siendo también su
estrategia la de coexistir con las otras fuerzas antigubernamentales.
En tanto que —en abril de este año— luego de una serie
de pujas internas, surge otra fracción denominada Da’esh que se nutrió de la
mayoría de los militantes de Al-Nusra, acaparando a la totalidad de los
terroristas extranjeros, así como el apoyo logístico desde el exterior.
A diferencia del Frente Al-Nusra, Da'esh
mostró rápidamente sus tremendas ansias de dominación, entrando en lucha
primero con el Ejército Libre, al que le asesinaron a varios
combatientes y dirigentes, y luego con otros grupos salafistas.
El grupo Da’esh no es oficialmente integrante de Al
Qaeda, más bien se lo considera una escisión de ese grupo terrorista madre.
Esta historia puede relatarse hasta el infinito porque
se suceden periódicamente escisiones y fusiones que harían muy complejo el
análisis. De todos modos, lo que queda absolutamente en claro es que el grueso
de las fuerzas de oposición que actúan militarmente son de nítida procedencia
terrorista, vinculadas o desprendidas de Al Qaeda.
Una vez más la CIA y los terroristas se hallan
combatiendo en la misma trinchera.
Nos queda, antes de finalizar este comentario, la
necesaria enumeración de la posesión y utilización de armamento químico por
parte de aquellos países que se escandalizan por la presencia de armas químicas
en Siria.
En primer lugar, debemos decir que uno de los
principales países de la región poseedores de este tipo de armamento es el
Estado de Israel.
Este país que, además de contar con armas químicas,
posee armas biológicas y atómicas, no ha ratificado aún la Convención de
Prohibición de Armas Químicas.
Lo más grave no es tener armas químicas, lo aberrante
es haberlas usado en reiteradas oportunidades y no haber, por ello, recibido
ningún tipo de observación y mucho menos de sanción.
Recordemos que durante la brutal represión dirigida
contra el pueblo palestino en la Franja de Gaza, durante los años 2008-2009,
denominada obscenamente como Operación Plomo Fundido, el gobierno de Israel
arrojó sobre la población civil municiones de fósforo blanco, que provocan
quemaduras químicas. El fósforo blanco fue prohibido por una convención que
data de 1980.
También el Estado de Israel utilizó el fósforo blanco en
sus ataques al Líbano en 2006, sin recibir ningún tipo de sanción por parte de
la comunidad internacional.
En junio de 2004 el grupo pacifista israelí Gush Shalom
documentó un incidente en el pueblo cisjordano de al-Zawiya donde se trató a
130 pacientes por inhalación de gas después de que el ejército israelí
dispersara una protesta no violenta contra el ilegal muro construido por
Israel. El grupo de los pacifistas israelíes afirmó que no se trataba de los gases lacrimógenos habituales, de modo que
se estaba en presencia de un arma química.
Si el tiempo lo permitiera, también hablaríamos con mayor
amplitud de la utilización del napalm por parte de los Estados Unidos en
Vietnam, del agente naranja que fabrica Monsanto con igual destino en el lejano
oriente. Y del mayor crimen de la Edad Contemporánea: las bombas atómicas de
Hiroshima y Nagasaki, en 1945.
Los Estados Unidos y sus aliados no tienen la menor
autoridad para enjuiciar a nadie por la utilización de armas de destrucción
masiva.
El ocultamiento y la invisibilización de estas conductas
abyectas de las grandes potencias y sus amigos, constituyen otro de los grandes
crímenes del imperio: ¡el asesinato de la verdad!